Soy David Marchan y vengo de Venezuela, estado Lara, allá trabajaba en la calle a plena luz del día en una barbería, me gusta el oficio de barbero y, además, vivir de eso.
En Barquisimeto, la ciudad que me vio crecer, la situación se puso difícil, ya casi no había clientes y el trabajo escaseaba, por eso tomé la decisión de emigrar. Recuerdo que algunos panas con los que hablaba me contaba que hasta la frontera con Colombia eran 12 horas de camino, a pesar de lo difícil que sonaba, tomé la decisión, hice una pequeña maleta con lo poco que me había quedado, algo de ropa y comida para el camino y comencé mi viaje.
Al llegar a la frontera con el agotamiento físico y mental que uno carga de dejar todo atrás, familia, amigos, lo que uno conoce y recuerda, me dije a mi mismo que no podía rendirme y que debía ir en busca de un mejor porvenir, esas palabras las recuerdo tan bien, cada vez que sentía que no podía, las repetía una y otra vez como una especie de oración. Cuando íbamos camino a Bogotá, gracias a Dios un señor, dueño de un bus, nos ofreció llevarnos hasta allá si lo ayudamos a lavar el carro, yo iba en ese momento con otros panas de otras ciudades de Venezuela y entre todos lavamos ese carro como si fuera nuestro. Eso nos dio un suspiro para retomar fuerzas y descansar un poquito.

Al llegar a Bogotá comenzamos a caminar durante 9 días, ¿te imaginas, 9 días caminando bajo sol, lluvia, calor, frío, hambre y cansancio?. Entre todos nos dábamos fuerzas, a veces había tiempo hasta para reírse un rato y olvidarse todo, pero el dolor seguía allí, extrañaba todo de Venezuela, la familia más que nada.
Después de haber recorrido media Colombia y creo yo que, haberla conocido como nunca pensé que la iba a conocer, su gente, los paisajes, me quedé aquí en Ipiales. En Colombia empecé nuevamente con mi oficio de Barbero, la cosa no fue fácil, me acuerdo de tener una maquinita que no funcionaba y a veces, hacía cortes donde no debía; fue bien difícil ese inicio, pero las ganas de encontrar una oportunidad y trabajar por un mejor porvenir, no desaparecieron nunca.
Estando en la vereda conocí a Marcela de la Cruz Roja, ella me visitó y se dio cuenta de mi situación. El proceso para entrar al proyecto no fue fácil, hicieron las verificaciones para ver si realmente necesitaba la ayuda. En esos tiempos no tenía las máquinas adecuadas, ni las que necesitaba, por eso la ayuda de la Cruz Roja fue muy importante y gracias a ellos hoy puedo seguir trabajando, luchando, ganándome la vida y ayudando a los míos.
Oye de verdad que le agradezco a Colombia por este nuevo inicio y a ustedes por acompañarme y darme ese empujoncito justo en el momento en el que más lo necesitaba. Gracias!
Comentarios recientes